La ñapa

Otro poquito más de cualquier cosa hace feliz a mi gente y la ñapa fue instituida justo para ello, para alegrarnos la existencia.

A los cují los mete en aprietos y a los dadivosos les crea la oportunidad de navegar en sus aguas: en el mar de la generosidad.
Con los pechugones la vaina no me cuadra mucho, porque pretenden ñapa de lo inñapeable: otro bailecito más, brillando hebilla con la buena moza que les aceptó bailar por educación, más gasolina de una pimpina vacía y hasta todas las presas del sancocho, sin importar dejar a los demás a punta de bastimento, porque les sobran pechugas para hacerla.
A veces noto que entre menos tiene la gente, más ñapa ofrece.
El cachaco de la tienda de la esquina que se rompe el lomo en el mercado cargando cada bulto, no tiene problemas en rebosar el pocillo medidor y echarte otro poquito más de cualquier cosa, él conoce de tu mala situación y como sabe lo que es estar varao, la compasión le sobra para solventar el hambre ajena y no le tiembla la mano a la hora de ofrecer una ñapa abundante.
En cambio, esos grandes almacenes de cadena, que enriquecen a quien la plata le sobra, de ñapa ‘nanay cucas’, pagas hasta el último granito de arroz, cada uva del gajo y hasta el pellejo de la carne y las patas de la gallina.
El celador te sigue con mirada inquisitiva, por si las moscas, y es adrenalina pura, meterte una fresa en boca, sin lavarla, por el gusto de lo prohibido, del pecadillo no confesado que remuerde por las noches.
De niña, adoraba hacer mandados para apropiarme de los vueltos y, por supuesto, de la ñapa: un supercoco, una mogolla, un guineo.
… Lo que sea: “A caballo regalado no se le mira el colmillo” y como cualquier cosa es cariño, puedo decir, con convicción, que el cachaco barrigón de la tienda de la esquina me amaba, como también me amaba Venancio, ‘El Indio’, Quintina, ‘Macú’ y ‘Tindá’, ‘Prosperito’ y sus arrancamuelas, ‘Quemaíto’ y sus frutas, y todos los mortales vendedores que llenaron mi vida de ñapa y saciaron mi golosidad infantil, alimentando los parásitos con más ‘chuchería’ que con vitaminas.
La verdad, no pretendía tanto, la alegría no estaba en el objeto en sí, la dicha venía del gesto amable y generoso, traducido en cariño.
Un guineo machucado, una fruta pasada ya de madura, el último confite de la bolsa, ¡qué más da! Lo que no mata engorda y aquí estoy vivita y coleando, dando ñapas de palabras bonitas y llenándolos de melancolía.
Costumbres pueblerinas de la Riohacha de antaño, en tránsito a ciudad, cojeando, despacio, a su modo y a su tiempo, y nosotros aquí, orantes y vigilantes, de introducir identidad al proceso, que no quede en el olvido nuestra riqueza cultural de costumbres sanas y palabras sabias, de los dimes y diretes que escuchamos al garete y que a borbotones quisiera incluir para la posteridad.
Hoy es esa ñapa que ya no recibo y que no sé si aún alguien ofrecerá, pero que si un día desaparece quisiera siempre poder recordar.
Se merece una escultura, un odas a la generosidad, esa mano amiga que acogió un clamor y que, tal vez, sin siquiera saberlo, más de una boca sació.