Sea lo primero aclarar que la valla publicitaria cuya reciente pintura ha suscitado algunos pronunciamientos en tono de reproche, sobre todo, de algunas voces juveniles, fue construida hace varios años con recursos privados, con el fin de promover una aspiración política, y de paso, ponerla a disposición del pueblo, como imagen de presentación y promoción.
Recordemos que ésta no es la primera vez que ha sido usada temporalmente para publicidad política (sucede por temporadas de uno o dos meses, cada 2 o cada 4 años). Aún más, en esta ocasión hay una particularidad, y es que la valla tenía el arte bastante deteriorado y la ofrecimos a cambio de que seamos recompensados con su restauración artística total después de la jornada electoral.
Mis preguntas son: ¿Cuál es la razón para que esta vez se arme semejante alboroto? … ¿Por qué antes a nadie se le ocurrió convocar a la comunidad para restablecer la averiada pintura? En principio, podríamos hasta pensar que no había motivaciones mezquinas en los reproches y que todo se debía a la vocería que hoy dan las redes sociales, en las cuales es muy fácil que cualquiera manipule la verdad y le diga al mundo lo que le dé la gana, sea que tenga o no tenga fundamento.
Hasta allí todo se entiende como gajes de la civilización, de la modernidad y de la calentura electoral. Lo preocupante es que ya las acciones hayan pasado de lo virtual al daño físico, con actos de vandalismo e intolerancia que hasta revelan mucho de la sanidad espiritual de quienes incitan y patrocinan ese tipo de conductas. Y surgen más preguntas:
¿Por qué la pintura usada para dañar, no se buscó antes para recomponer la desdibujada valla?… ¿Estarán confundiendo esta tierra de paz con el Cata – “tumbo”?
Pero no todo lo que se extrae de este incidente social es malo. Hace muchos años me vengo preguntando que dónde están los cientos de hijos de Monguí que han florecido tras mi generación, y que han encontrado un mundo con más oportunidades de preparación y de proyección. Lo pregunto en el sentido de que su vocación social no se siente en el terruño, en contraste con mi camada contemporánea, con cuya voz podemos decir que hemos marcado huellas imperecederas en el pueblo desde los tiempos en que los liderazgos se forjaban a punta de entrega, de sacrificio y de empatía sincera con las causas comunitarias. Y aún seguimos soñando proyectos. En este sentido, lo bueno de este incidente es que, como muy pocas veces se ha visto, los jóvenes levantan su voz por un motivo social y comunitario, así estén desenfocados. Se les abona la pellizcada, pero ojalá su actitud no esté fundada en una instrumentalización de sus energías propiciada por picadores que obran desde la sombra. Y sea ésta la oportunidad para invitarlos a la acción sostenida, a generar ideas y proyectos menos individualistas y más en función de sociedad y de solidaridad con el pueblo que les dio cuna honorable. No esperen otro pellizcón tóxico.
Escribo todo lo anterior, sentado sobre nuestro sentido de pertenencia, hojeando nuestras gestas de toda una vida de bregas por el posicionamiento de Monguí como la meca del dulce, siempre perfilados en traducir a la realidad su slogan de “tierra de paz, cultura y trabajo”.
Las memorias son más ilustradoras que las ligerezas de las redes. En las páginas históricas de Monguí se registra que hemos sido gestores, patrocinadores y diseñadores de todas las vallas que se han ubicado en las entradas del pueblo desde los tiempos de la vieja carretera, o sea, desde antes de la variante (gloria a la memoria de nuestro coequipero pintor, Wilmer ‘Bill’ Medina)…Sí. Eran unas vallas bucólicas que ponían a todo un pueblo a empujar para el mismo lado. De toda esa epopeya de “brazo partido”, de esa era muy anterior a los internautas y a los liderazgos tóxicos, nos quedan testimonios como la fotografía adjunta, que corresponde justamente, a la primera valla que instalamos para decir: … ¡Aquí está Monguí!