“Me dio una tristeza porque ayer recordé los tiempos aquellos que volaba papagayo y ahora que estoy grande que paso trabajo quisiera volver a la niñez… bonita es la vida cuando uno está muchacho nada le preocupa ni tiene en que pensar”.
El aparte transcrito corresponde a la canción ‘Recordando mi niñez’ de la autoría de Camilo Namén, incluida por ‘Los Hermanos López’ con Jorge Oñate en el LP ‘Reyes vallenatos’ en el año 1972, la hemos recordado por el tema que ocupa nuestra atención.
En día reciente pasado al escuchar a un joven adolescente cuando dijo que lo primero que haría “al conseguir un puestazo sería comprar una Toyota Prado”, recordé de inmediato mi época de muchacho, por muchas razones que son imposibles de olvidar, vinieron a mi mente las palabras de mi padre cuando afirmaba que los niños son como la esponja que absorben en su mente y su formación lo que viven, oyen y ven en el medio donde se encuentran.
La muchachada de Monguí cuando corríamos por sus polvorientas calles a pata pelá y con pantalones cortos deseábamos estar grandes para ser algodoneros y tener Ranger de las canillonas y Patrol como mi tío ‘Juancho’ Fonseca, Alfredo Lubo, Jorge Armenta, Enrique Urbina, Asdrúbal Portillo, Raucho Rois y Mingo Riveira o para tener un camión grande como el de ‘Chopa’ para transportar algodón hasta en el copito.
Cuando el negocio del algodón comenzó su larguísimo viacrucis y las pistas de aterrizaje dejaron de recibir las avionetas que llegaban a los campos de cultivos para fumigar y comenzaron a llegar los aviones grandes para cargar ‘La mala hierba’, lamentábamos no haber crecido antes para ser marimberos, también queríamos ser ‘culupuyu’ dueños de lujosas Ranger, F100 y camiones ‘Siete y medio’, y admiraba a aquellos hombres corajudos, guapos, súbitos enriquecidos, que tenían pistolas, un aren de mujeres y que pagaban a las agrupaciones de música vallenata y tropical con dineros del ilícito negocio para que les cantaran las fiestas y los nombraran en sus grabaciones para acrecentar su fama y para que la sociedad se enterara que su situación había cambiado, nosotros queríamos ser como ellos.
Eran aquellos tiempos cuando ser marimbero en La Guajira elevaba el estatus, los prósperos comerciantes de marimba eran más importantes que los profesionales y los nuevos ricos eran personajes admirables y de altísimas consideraciones, pero como decía mi abuelo todo el que tiene pacto con el diablo es de buenas hasta el día que amanece de malas, la bonanza se acabó, muchos pasaron del timón al remo, de las F100 a la bicicleta, la violencia se ensañó con La Guajira, Romualdo encarapitado desde las alturas de la Sierra de Treinta llamaba con su proclama a la reflexión y exhortaba al pueblo “Porque no tratas de recapacitar, te está acabando tanta violencia”.
Todo estaba oscuro mientras los pueblos lloraban a sus muertos y añoraban la plata circulante, fue cuando comenzaron las obras de infraestructura para la explotación del Carbón del Cerrejón, y a pesar de que todo nos sorprendió con los calzones abajo, miles de jóvenes comenzaron a vincularse laboralmente a esa empresa y sus contratistas, fue una luz en el fondo del túnel cuando ya los perros comenzaban a dormir en los fogones, igual los menores deseábamos tener dieciocho años para ser mineros, pero nada, crecíamos muy despacio, en aquel tiempo -como dice el Evangelio- se hizo famoso aquello del “Cuatro por cacho”, la empresa Intercor brindaba un trato digno a sus obreros, algo novedoso y de gran impacto en la región.
Las cosas han cambiado para mal, ahora los muchachos quieren crecer, los jóvenes quieren la cedula y muchos desean acceder pero a la administración publica para enriquecerse, comprar carros de alta gama rapidito para con el poder humillar y con el erario público atropellar a sus conciudadanos, esto merece especial atención de los padres de familia, los viejos no deben temer preguntar a sus hijos de donde están sacando la fortuna que exhiben, la sociedad tiene que revisar el libreto para no seguir aplaudiendo nuevos ricos sin causa licita conocida, las buenas costumbres y el trabajo honrado tienen que ser moda y un imperativo moral para que la sociedad no se disuelva, no olviden que quien al momento de adquirir no supo el modo, al momento de perder lo pierde todo.
Jesús el hijo de Dios también fue tentado por el demonio, pero no cayó. Que Dios ampare a las nuevas generaciones de las punitivas tentaciones.