Por Rodrigo Daza Cárdenas
Muchas son y serán las anécdotas, crónicas e historias y hasta obras literarias de gran factura que se han escrito y se escribirán, por esta infortunada época que nos ha hecho vivir esta pandemia.
Personalmente, primero como médico, en acatamiento de las medidas de prevención que los preceptos sanitarios ordenan, y segundo, por mí formal proceder de cumplir cabalmente siempre con las normas, en este caso las medidas imperativas que los gobiernos nacional y municipal han regulado, he experimentado nuevas sensaciones en Villanueva, en mi barrio San Luis, durante esta cuarentena.
Son los mismos vecinos de hace mucho tiempo, es la misma gente que habita el vecindario, pero indiscutiblemente, el día a día del vecindario siento que cambió. Parece que se hubiesen adoptado nuevos comportamientos por estar confinados y por estar las familias más tiempo en contacto, pero creo que son los mismos comportamientos, sino que una de las consecuencias de ese aislamiento obligatorio, como es la disminución de los ruidos y sonidos ambientales que antes de pandemia tenía el vecindario se hicieron más notorios, por lo tanto, esta situación me ha dado la oportunidad de apreciarlos en su plenitud.
Escucho parlantes en mediano y alto volumen, las algarabías callejeras y hasta la cotidianidad y conversaciones intrínsecas de las familias vecinas.
Inicia agradablemente el día con un vecino primo-hermano que tiene su propia programación músico-radial y comienza con unas legendarias rancheras de Antonio Aguilar que me evocan las películas mejicanas del teatro del Viejo Rueda o el de Emiliano Pastor. Las alterna con canciones viejas de los Zuletas. ¡Qué cosa para escucharse tan linda a las 5:30 de la mañana que arranca esa programación! Incluye el noticiero local que “pone a to timbal”.
Luego a las 6:00 am los vendedores ambulantes comienzan la promoción de verduras, frutas y pesca´o. Promocionan la mejor yuca del mundo; pesca´os frescos y baratos; aguacates de todos los tamaños, etc. Esto lo hacen algunos con altoparlantes y otros a capella y cada uno con una musicalización propia. Escucho todo tipo de melodías, entonación y cadencias en el canturreo promocional de los productos, ah… y no falta el que ameniza con parte de cualquier canción ranchera o vallenato.
Poco después escucho el grito casi desesperado “de una mamá que desde la puerta de la calle pega el tañío” llamando al hijo diciendo: “carajoo, está en la calle es desde bien temprano y ya van a mandá el video para las clases por WhatsApp”; otra grita, completándole el encargo a la hija “porque se le olvidó decirle que comprara azúcar”, en la tienda del cachaco de la esquina.
Diagonal a mi casa, a menos de 60 metros, escucho “cuando la vecina enseñando hablar al loro” le grita voz en cuello, “uunoo, doos, trees y cuatro, corre loro que te come el gato”, y de complemento imita: “miauu, miauu”.
En la parte norte está una familia muy querida y son bastantes mujeres y ellas tienen la fortuna de tener un buen tono de voz y además tienen como costumbre hablar en voz alta y como se ha acentuado el silencio matinal, les escucho claro, pero clarito, todas las conversaciones donde también me entero de otras circunstancias del vecindario y del barrio, por estas amenas conversaciones familiares.
Tenía tiempo de no escuchar tanto niño llorando. Hay en algunas viviendas que están a la redonda de mi casa varios “pelaos chiquito” y por el tipo de llanto puedo interpretar que es por la tardanza del alimento en unos, incomodidades en otros, y otros porque desde bien temprano los acomodan en sillas, coches o cunas y ahí los dejan que lloren su buen rato.
Frente a mi casa hay 2 frondosos “maíz tostao” y ahí se reúne con y sin bioprotección, parte de la gallada del barrio y hablan de todo: de la pandemia, de la indisciplina social, de los posibles casos positivos de Covid; también, como dicen ellos, de bochinches del pueblo. ¡Todo esto lo escucho nítido!
Tipo 10:00 de la mañana los sonidos son otros. A lo lejos se oye el agudo grito del megabolííís. Al mediodía, a la 1:00 pm, casi preciso diariamente, un vendedor de verduras con un parlante chillón. Ese sí que mortifica, ¡pero como se hace! Luego el tintineo de la campanita del vendedor de helados.
A media tarde, sin falta y bien voceado, “la venta de pan, bollos de mazorca y arepita de maíz biche”. Tipo 6:00 pm viene otra tanda de música del primo hermano, ya aquí son merengues dominicanos y vallenatos viejos.
Luego al caer la noche, hay un inusual silencio en el vecindario. Una calma que permite oír la apacible brisa. Casi siempre es interrumpido este éxtasis por el ruido de una moto sin silenciador. ¡Qué desagradable!
Y así, en esta pandemia he podido apreciar los sonidos que tiene mi barrio y que nunca había apreciado tan fiel.