Siempre que llega esta fecha, los medios se inundan de mensajes de todos los tonos y colores, para, de alguna manera, enaltecer a las madres de todos los rincones del mundo. Un idioma tan prolífico y vasto como el Castellano y siempre se nos antoja corto para todo lo que uno quisiera escribir sobre ellas. Madre es sinónimo de entrega, de sacrificio, de amor, pero también de lágrimas.
No hay hijo que no se doblegue ante la súplica de la mamá, no hay quien no se contagie de su sonrisa, sonrisa que sabe esconder bien sus penas y sufrimientos por sus vástagos. Es que las madres son expertas en prodigar ternura, afecto, amor, siempre sin pedir nada a cambio.
Las madres parecieran nunca tener una felicidad plena, porque viven con el callado temor de que le pase algo a sus retoños o que no les vaya tan bien como ellas desearían. Son tan grandes y tan valiosas las madres, que todos creemos tener a la mejor mamá del mundo. Me invade la nostalgia de tiempos pasados y no puedo dejar de evocar a grandes mujeres que han marcado mi fugaz tránsito por esta vida terrenal.
Anita, que me trajo al mundo y fue un ejemplo grande de resiliencia, Beatriz, incondicional y generosa. Luisa, siempre pendiente de los suyos incansable y entregada. Mis tías, tanto maternas como paternas, heredaron esos dones maternales. A sus sobrinos nos dan trato de hijo.
Hoy, cuando varias de ellas se han ido, no puedo evitar la envidia, al ver a mis amigos y familiares, disfrutar de sus viejitas queridas. No saben ellos la falta que hacen esas señoras cuando ya no están con nosotros y les confieso algo, no me apena reconocer que envidio, por ejemplo, a Javier Socarrás y demás hijos de Virgilia «Iya» Amaya, esa noble y abnegada mujer que ha sido papá y mamá cuando le ha tocado. Iya, que con estoicismo y sin quejarse por ello, supo sobreponerse a todas las adversidades habidas y por haber y contra todos los pronósticos, logró levantar a una familia ejemplar, hijos que hoy le aportan, desde diferentes áreas, a toda la sociedad.
Envidio a Jhon Montero y sus hermanos, porque aún disfrutan a su amada madre, otro ejemplo de sacrificio, amor y entrega. También ella supo, igual que Iya, sacar a sus hijos adelante y ellos hoy son ejemplo de superación y no desaprovechan oportunidad para hacerle muestras de amor a su vieja y manifestarle en todo momento su gratitud.
Envidio a Cheve Salas, por contar aún con su incondicional Olimpia, envidio a Vieco Maestre y a sus hermanos, porque tienen Inés para rato y ellos no disimulan el amor por ella, envidio a José Olmedo, que tiene el amor de Rosa Campo, envidio a mis hijos, envidio a los Consuegra González, porque Matilde es una guerrera incomparable, envidio a los De la Hoz- Rodríguez, porque ‘La Chiqui’ está nuevecita, envidio a ‘Beto’ Baquero, porque se da el lujo de pasear a Lucila todos los días; envidio a Diego Baquero, porque Amalfi todavía lo aconseja y lo regaña cuando toca. En fin, aquí pasaría días entero para darles a entender que envidio a todo aquel que tenga la dicha de tener a su vieja viva.
Resumiendo: ¡soy envidioso! Mi pueblo está lleno de madres ejemplares, muchas son muy queridas para mí y créanme que me gustaría nombrarlas a todas, pero es imposible. Les ofrezco mil disculpas y les suplico perdón y sé que me arriesgo a recibir más de un chancletazo, un jalón de orejas, pero afortunadamente, otra cosa que saben hacer muy bien esas madres, es perdonar.