Qué hacer con este confinamiento prolongado y este encierro a que nos tiene sometido esta pandemia del Covid-19, es la pregunta diaria de todos los contertulios que abordamos por las redes y el móvil. Un año y dos meses llevamos ya desde la declaratoria de emergencia social, económica y ecológica decretada por el estado colombiano y aún no sabemos qué hacer. En principio, no se obedecían las medidas adoptadas por los gobiernos territoriales y tampoco se creía que los vaticinios anunciados por las autoridades sanitarias sobre contagios y muertes fueran una realidad. Hoy este virus diminuto e invisible, se ha convertido en el peor enemigo de la humanidad.
La muerte diaria es el común denominador en el mundo. Todos los estadios de la sociedad se encuentran de luto, desde el estrato uno, hasta el seis, vienen sintiendo la agresividad implacable de esta pandemia destructora y letal. Familias enteras vemos morir y otras donde se mueren las cabezas visibles, ya es normal morirse de covid, mientras que antes se estigmatizaba a quien se contagiaba. Como toda enfermedad infecto-contagiosa, el aislamiento social severo y el biocuidado fueron las primeras medidas recomendadas. Pero la desobediencia civil ha sido también el común denominador de esta sociedad renuente a reconocer a los gobernantes que elige y sus medidas de autorregulación y control del orden público.
Hoy, estamos llorando a nuestros muertos. Una procesión de difuntos, sin honores, ni despedida, ni los duelos, ni las nueve noches acostumbradas, desnudan la soledad de nuestras calles nocturnas, cada día más solas y tenebrosas. Un verdadero holocausto que se llama sálvese quien pueda, podría llamársele a esta serie de angustia y tribulación, donde no se sabe quién sigue en la lista del llamado a la eternidad.
Da miedo ya, en el derramamiento de las auroras, abrir el celular para consultar las redes o escuchar el radio periódico, porque las noticias anunciadas son de muerte y más muertes por covid19. Lo más triste es que la pandemia se viene llevando a mucha gente buena y realmente útil a la sociedad. Viudas, huérfanos y muchos desamparados hoy lloran la muerte de un ser querido que calló la epidemia.
Hoy la ciudadanía está de rodillas ante Dios. Unos oran y claman con verdadero arrepentimiento y otros por temor a morirse. Pero parece que estamos aprendiendo a dejar atrás nuestra vana manera de vivir. Este confinamiento, el aislamiento social, el toque de queda, el pico y cedula y todas las actividades conexas de las restricciones pandémicas, son una verdadera lección de vida en cuanto a disciplina y obediencia. Los hombres somos animales de costumbres, que realizamos lo que nos proponemos. Pero muchos son renuentes a los cambios y sueñan con que las cosas cambien por sí sola, sin que ellos pongan su granito de arena para el cambio.
Estamos llamados a cambiar. La pandemia por si sola y por sustracción de materia nos ha venido sumergiendo lenta y gradualmente en un cambio en nuestro modo de vida, nuestras costumbres, nuestra manera de actuar y de pensar. Atrás quedarán enterrados los paradigmas de aquella sociedad que vivía en el derroche, el lujo y la ostentación, para pasar a una sociedad empobrecida por los golpes mortales que ha recibido el aparato económico mundial y cuyos coletazos se sienten más en la provincia colombiana. No somos los mismos, ni estamos los mismos, ni viviremos los mismos, ni tendremos para comer lo mismo. Nadie sabe la suerte que a cada uno le toca, solo Dios lo sabe. Por eso, mi mejor consejo es que sigas atesorando mucho fundamento para tu porvenir, si la suerte te acompaña. Pero lo más importante, es que vivas en paz con los demás en lo que dependa de ti. Vive con lo esencial, sin lujos, ni ostentaciones, sin derroches, ni materialismo excesivo.
Pídele a la vida solo la felicidad proveniente de la satisfacción del deber cumplido, y que tu conciencia duerma tranquila, esa es la mejor almohada. No se sabe quién sigue en la lista del llamado a la eternidad. Uno por uno, estamos cayendo del árbol de la vida sin despedidas y sin últimos deseos. Una vez más comprendemos que la vida está llena de cosas pasajeras y nosotros somos una de ellas, que no conocemos nuestra estación de destino. Somos pasajeros de la vida y este viaje largo y lleno de aventuras con su caja de sorpresas nos tiene jugando a la ruleta rusa sin saberlo.