Por José Luis Arredondo Mejía
La iracundia y el temor del uribismo tienen en Gustavo Petro la diana predilecta, el oscuro objeto del odio de la secta. Le han atribuido lo divino y lo humano, desde el incendió del Palacio de Justicia, a pesar de estar cabalmente demostrado que estaba recluido en la cárcel Modelo de Bogotá para la época de los hechos, pasando por el secuestro y asesinato de tres menores una vulgar Fake News pero permanece latente en la narrativa uribista. Le atribuyen responsabilidad hasta en las masacres ocurridas durante el gobierno Duque. Al ritmo que van, en cualquier momento le endilgarán la responsabilidad de haber generado la segunda Guerra Mundial e incluso haber ideado el atentado a las Torres Gemelas.
Para los malquerientes uribistas la antigua militancia de Petro en el movimiento guerrillero M-19, lo asimila poco menos que a un demonio. Soslayan que en el seno del partido de Uribe tienen asiento y dictan cátedra varios exmiembros de organizaciones clandestinas igualmente proscritas por la Constitución y las leyes, tal como Petro fueron indultados y amnistiados, también han ocupado curules en el Senado de la República a nombre del Centro Democrático. Esos son exguerrilleros buenos ya que reverencian al jefe. Petro es un exguerrillero malo, perverso, la razón: le hizo un debate al paramilitarismo; usualmente vence en el debate de los argumentos y las ideas al ídolo de la derecha. Pero fundamentalmente podría destronarlos y arrebatarle privilegios a la élite aferrada al poder durante buena parte de lo corrido de este siglo. Los resultados de las encuestas recientes les exaspera y les preocupa.
Petro salvo por un hecho vergonzoso: contar dinero que provenía de una bolsa, no tiene ninguna otra investigación con visos penales. No conozco el primer código penal del mundo que tipifique como delito contar dinero proveniente de una bolsa. Es desagradable, pero el hecho en sí no constituye delito alguno, lo sería si se prueba que es mal habido o que no se registró en la contabilidad de la campaña. Por lo demás no prueba trasgresión legal alguna. No obstante, para las huestes uribistas ese episodio vergonzoso es el summum de las contravenciones. Por su lado, el exsenador Uribe ostenta una marca que difícilmente rebasará expresidente alguno en la historia: 27 procesos penales en la Corte Suprema, más de 200 en la Comisión de Acusaciones de la Cámara, en esos procesos hay de todo como en botica. Sin embargo, para sus radicales e intransigentes prosélitos es una mansa paloma, una monja de la Orden de Santa Teresa de Jesús, próximo a ser “canonizado en Roma”. Todo según él y ellos, corresponde a una persecución de la justicia, el hombre más poderoso del país, cuyos deseos son órdenes, es un ¡perseguido de la justicia ¡Tremendo exabrupto! Nada más ilógico. El extraño mundo de Subuso. El universo de las paradojas y de la irracionalidad.
Uribe, le hizo la vida imposible a Juan Manuel Santos, sus prosélitos disfrutaban y aplaudían, la obsesión compulsiva en contra de su sucesor. Como decimos coloquialmente era peor que una garrapata en una parte innombrable del cuerpo. Periódicamente acudía a lo que también acude Petro, convocatoria a la desobediencia civil, con una diferencia en las motivaciones de la convocatoria, este último tiene como bandera el asesinato alevoso de civiles por parte de la Policía. Mientras Uribe usó todos los medios disponibles para “volver trizas la paz”, se valió de infinitos Twitter, de perifoneo megáfono en mano, llamados a través de los medios. En síntesis, una campaña feroz, falaz y destemplada contra el Plebiscito por la paz que agrietó el Acuerdo de la Habana y lo sigue haciendo. La irrefrenable obsesión compulsiva del expresidente tiene un enemigo contemporáneo dentro de la institucionalidad: La Corte Suprema. Mediante insólita, irrespetuosa y virulenta cruzada se ha ido lanza en ristre contra ella, contando con la resonancia y complicidad de los medios afines que le “copian” sus ocurrencias por insólitas que sean, el apoyo de su cauda enardecida y del propio presidente Duque y sus deleznables declaraciones en pro del encausado, han dejado tambaleante al equilibrio de poderes, “trapearon” a la Corte Suprema de Justicia con total impunidad y descaro. La atemorizaron y arrinconaron.
A raíz del infame y cobarde asesinato de Javier Ordoñez, la ciudadanía se volcó a las calles espontáneamente a protestar y descargar la ira contenida por actos barbaros y abusivos que sistemáticamente ha venido cometiendo la Policía Nacional en determinados sectores populares de Bogotá. El resultado de la protesta reafirmó la brutalidad de un grueso número de miembros de esa institución contra la población, otros 14 civiles muertos, menores de 30 años. Las evidencias: videos, grabaciones, testimonios, inducen a creer que los fallecidos en las jornadas de protestas lo fueron por armas disparadas a mansalva y en algunos casos a quemarropa por la Policía. 48 CAI destrozados por el vandalismo paralelo. Investigaciones sugieren que muchos CAI ubicados en los barrios populares de Bogotá han sido convertidos en centros de tortura a civiles y de abuso sexual. Inaudito.
A pesar de las incontrovertibles imágenes, al unísono las fuerzas uribistas en lugar de solidarizarse con las víctimas, delirantes salen a la caza de un chivo expiatorio, de un culpable de las tropelías, desmanes, atropellos, actos vandálicos y asesinatos de jóvenes inermes ocurridos en Bogotá. Desafiando hasta las leyes de la física encontraron que el responsable de todo no es la Policía, ni las autoridades civiles, ni el ministro de Defensa y tampoco los comandantes de la Policía por permitir que un cuerpo armado actuara con absoluta libertad para disparar, sin freno, descontroladamente. El responsable es Petro. Actos similares ocurridos en Estados Unidos por la muerte del afroamericano George Floyd, seguramente también fueron incitados por Petro.
Uribe trina proponiendo la militarización de Bogotá como si fuese cualquier Amalfi, Yarumal o Ituango, y tal vez pensará para sus adentros que, si se sincroniza esa militarización con las Autodefensas, sería mejor. Petro trinó expresando su desconcierto porque el gobierno da más importancia a la destrucción de unos CAI que a las vidas de más de una decena de jóvenes humildes.