La industria cinematográfica mexicana se desarrolló entre los años 1936 hasta 1959, alcanzando gran auge económico y altos estándares de calidad en producción; obtuvo importantes reconocimientos a nivel local e internacional. Estos años están registrados en la historia como ‘La época de Oro del cine mexicano’.
En 1956, Pedro Infante protagonizó una película de historias costumbristas y de ambientación pueblerina, relacionada con temas culturales y folclóricos de Cuba, Colombia y México. Con argumentos sencillos, que regularmente se repiten en nuestra cultura, exaltando el honor y el amor, en escenas secuenciales, mostrando el diario acontecer de esos tiempos. Hoy se pueden comparar con los nuestros. El título original de esa película es el mismo que está encabezando este escrito, su argumento guarda similitud con nuestras vidas y cotidianidad.
Como se ven y se desenvuelven los acontecimientos, en nuestros pueblos, suponemos que le prestamos más atención a los chismes callejeros que a nuestra realidad social, política y económica. Varios pasajes de la película, parece que los hubieran extraídos de allí para colocarlos en estas comunidades, completando nuestra idiosincrasia, sobre todo en el episodio correspondiente a Colombia, que lo acompaña el canto de la “Cumbia sampuesana”. En todos los pueblos han existido casos causantes de revuelos peligrosos, transformándolo en un alud incontrolable y destructivo, acabando con la tranquilidad de sus gentes. Un ejemplo ineludible, que cae como anillo al dedo, es ‘La Mala Hora’ novela de García Márquez, donde señala que después de muchos años de conflictos y guerras, llega la paz al pueblo, pero aparecen pasquines amenazadores e insidiosos, con contenido político o personal, poniendo en entredicho la tranquilidad de la comunidad.
De los departamentos de Colombia, sin equivocarme, La Guajira, es donde más se ha extendido esta forma grotesca y ofensiva, del sometimiento a las personas al menosprecio público, lesionándolos en su vida íntima con comentarios extravagantes y alto grado de exageración. Violación que está contemplada constitucionalmente. Recientemente, en uno de sus municipios de La Guajira, aparecieron dos pasquines en una semana. El primero relaciona a varias señoras, tildándolas de infieles (cachonas en el libelo) y en el segundo, a los hombres con preferencias sexuales del mismo género. Son pasquines con chismes viejos que se convierten en tema exclusivo de la gente del pueblo, con charlas obligadas y conversaciones interminables en muchos rincones y lugares donde en las madrugadas se toma el café y las “arepuelas”, acompañadas con los primeros comentarios surgidos en la noche anterior.
Nada se queda sin comentar. Aún se comentaba, pocos días después de la aparición de los pasquines, que uno de los supuestos involucrados en la lista de los “afeminados”, instauró ante un juez de la república denuncia penal contra persona incierta por “Calumnia y mala fe”; por calumnia porque él no es de “esos” y por mala fe, porque al sujeto que le pusieron por acompañante de ocasión es “un hombre muy feo”.
A pesar de esos comentarios hilarantes, considerados por algunos como producto del imaginario cultural, pero que de manera vulgar quieren encajarlos dentro del campo folclórico cantándolos, están fuera de contexto de lo que es el folclor y la cultura: para la muestra estos dos botones; ‘El santo cachón’ y ‘Se le moja la canoa’, representativos de esa clase de burla. Al final no son canciones folclóricas, ni culturales y van en contradicción del pensamiento de Benjamín Carrión sobre la cultura “es el eje transversal de toda transformación, nos sensibiliza y nos hace compresivos e incluyentes”. Muy diferente a la cultura que profesamos; no nos permite transformarnos, ni sensibilizarnos, ni nos hace comprensivos e incluyentes.
La única transformación que tenemos, de todos esos sucesos, es para reírnos y hacer comentarios insolentes y ridículos, desde que nos amanece el día.