He querido escribir la semblanza de este ilustre prelado porque convicción tengo que muchos, pero muchos coterráneos, incluso por el respeto y admiración que le profeso al pueblo sanjuanero por la hospitalidad que siempre me ha brindado y por la sincera amistad que me unió y me une con algunos de sus distinguidos y honestos hijos, lo que me enorgullece, tales como: José Manuel ‘Yin’ Daza Noguera, Manuel Nicolás ‘Macolá’ Ariza, Eduardo Lacouture Cuello, Asdrubal ‘Duba’ Daza Cuello, Enrique “’El mister’ Brito, Enrique Urbina Pinto, José María Crespo Plata, Luis Francisco ‘Otto’ Suárez Giovannetti y otros que partieron a la eternidad.
Amigos entrañables como Rafael Fernández Cuello, familia Daza Mendoza encabezada por Moises, Enrique Alonso Mendoza Coronado; familia Daza Mendoza representada por Luis Manuel, Juan José ‘Santos’ Carrascal Molina, José María ‘Chema’ Toncel Maestre, Juan Antonio ‘Toño’ Molina Daza, desconocen o han depositado en el ánfora del olvido a este emérito varón religioso.
San Juan del Cesar, fundado por el mayor Salvador Félix Arias en 1701 y elevado a la categoría municipal en el año de 1954, cuando el general Gustavo Rojas Pinilla en su condición de presidente de Colombia creó la Intendencia de La Guajira con Riohacha capital, tiene el privilegio de haber mecido la cuna del consagrado presbítero Rafael Celedón, nacido el 3 de septiembre de 1833.
Comenzó sus estudios en la escuela del Distrito y continuó bajo la dirección de D. Francisco Bugard los de francés y matemáticas. Fue luego a Bogotá e ingresó al Colegio Militar, pero poco después la revolución de 1854 lo hizo cerrar. Corrió Celedón la suerte de la mayor parte de los alumnos; se alistó en el Ejército Nacional del Sur, militó cinco meses y entró triunfante a Bogotá el 4 de diciembre de 1854. Continuó sus estudios en el Colegio del Rosario de la capital hasta 1857. En ese año volvió a San Juan y fundó una escuela que se acabó con la revolución de 1860.
Se retiró al pueblo de San Sebastián en la Sierra Nevada permaneciendo dos años entre los indios de esa región, huyendo de persecuciones por razones de familia, pues algunos miembros de la suya habían tomado las armas en defensa del gobierno caído del conservador Mariano Ospina Rodríguez, quien fue apresado y desterrado tras la guerra civil de 1860 – 1862.
En 1862, fue a Riohacha fundó una escuela que tuvo que volver a cerrar por la revolución del general Vieco, trocó entonces la férula de la lanza tomando parte activa en la batalla de Valle Dupar; fue secretario del general Vieco. Después de morir su caballo y tomado prisionero, fue conducido a Santa Marta de donde a pocos meses salió desterrado para Panamá.
Por tercera vez abrió allí una escuela que sostuvo un año y de allí se fue a Lima (Perú), en donde estudió en el seminario Santo Toribio donde ejerció como profesor de caligrafía. Regresó a Panamá en 1865 consagrándose sacerdote. Volvió a Riohacha y comenzó a regentar el curato de Fonseca, donde también abrió escuela y luego en Riohacha en 1867; permaneció allí hasta 1875, año en que estalló otra guerra civil. Se consagró especialmente a una escuela que abrió y a la misión de la Goajira, como se conocía para la época la península, estableciendo una iglesia en Marauyen. Viajó a Maracaibo, de ahí a Caracas y volvió en 1867 a Santa Marta, donde dirigió el Seminario.