Semana Mayor, tiempo de reflexiones

No es numerología, simplemente es una aclaración preliminar sobre el simbolismo existente en la biblia, que algunos pensadores corroboran con sus estudios. Con motivo de la Semana Mayor o Semana Santa, como símbolo, he relacionado el número 7; citado en el libro sagrado más de setecientas veces. Se le ha considerado el número mágico porque está compuesto de la sumatoria del número 3, sagrado porque simboliza la perfección y del 4, asociado a la tierra con sus cuatro elementos y sus puntos cardinales. Este número representa la totalidad del universo. Si recordamos, en el Génesis, Dios necesitó 7 días para crear y organizar el universo con todas sus criaturas. También relaciona los siete pecados capitales, la dualidad de los siete años de vacas gordas y siete años de vacas flacas y perdonar a tu hermano 70 veces 7.

Con motivo de la semana mayor, iniciando el domingo de ramos, también son 7 los días en los cuales la comunidad religiosa, compuesta por católicos y todos aquellos que profesan la fe cristiana, tenemos la oportunidad de revisar y recomponer nuestras vidas; Es tiempo de reflexión y entendimiento; tiempo de oración y agradecimiento a Dios; tiempo de limpiar nuestras almas  pecadoras, asimismo aportar nuestro granito de arena para superar y romper las cadenas con las que estamos aprisionados, con envidias y odios, sin permitirnos perdonar y olvidar los rencores. 

Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, según las escrituras y, como creyentes, por tal motivo debemos aprender, pensar y actuar de conformidad a las enseñanzas, que a través del tiempo, hemos recibido. Por eso, la Semana Santa, siete días en los cuales se consumó la pasión y muerte de Cristo, nos deja una gran reflexión, basada en la fe cristiana. Asimismo, los seres humanos tenemos la capacidad del raciocinio, que nos permite relacionarnos y socializar, fundamentalmente con nuestros semejantes. 

Este planteamiento permite acercarnos, como seres creados por Dios, dentro de cada comunidad, compartir las experiencias sufridas en sus últimos días por Jesús, en su corta peregrinación evangelizadora; el domingo de ramos, con su entrada triunfal a Jerusalén, bajo palmas y ramas de olivos, montado en un asno, enseñándonos que, a pesar de su grandeza de hijo de Dios, se debe ser humildes. La humildad nos permite ser una persona de confianza y digna.

Debemos dedicarnos a la iglesia, lugar sagrado para las oraciones. Pero actuando y demostrando que nuestra fe en Cristo es verdadera. No como muchos, que pregonan el cristianismo, se arrodillan y orar silenciosamente, pero al salir de sus oraciones, así como le vuelven la espalda a la iglesia, también dejan sus plegarias. 

Jesús, como hijo de Dios, ya sabía que sería traicionado y entregado a sus opositores, para ser juzgado y crucificado; así se lo hizo saber a sus discípulos, que uno de ellos lo traicionaría. En nuestro diario vivir, siempre encontraremos un Judas Iscariote que nos dará ese beso traidor y nos venderá por treinta monedas.

Tras la última cena, la traición de Judas y el arresto a Jesús, el posterior juicio y la negación de Pedro, son. Pues. Temas propicios para reflexionar. En la última cena, nos señala que reunirnos como hermanos para comer y compartir con nuestros semejantes. Recordemos que siempre tendremos un Judas, que se ha convertido en símbolo de deslealtad y que no todos tienen los mismos sentimientos de gratitud; que siempre habrá jueces para juzgarnos y Pilatos que, políticamente, se lavarán las manos para no inculparse; lo mismo que también tendremos Pedro, que se alejarán y nos negarán cuando estemos en dificultades.

Es importante destacar, que nuestra vida siempre será un calvario, pero a pesar del peso que llevemos, debemos sobreponernos a las dificultades; aprendamos de Jesús rumbo a su crucifixión, cayó tres veces y se levantó con su cruz, una enseñanza de valor para seguir adelante. Qué soportó las torturas infringidas por los llamados enemigos de la verdad, igualmente, las tendremos también nosotros. 

Finalmente, él no vino al mundo para ser servido, sino para servir, un gran precepto que nuestros políticos católicos, o “religiosos”, deberían aprender. Que recuerden tener la humildad del Nazareno que entró triunfante a Jerusalén, en su borrico, aclamado como rey por la multitud, pero después esa muchedumbre decidió crucificarlo. El símbolo de su resurrección, está en cada uno de nuestros corazones.