Síndrome de Adán, ‘atornillados’ y politiquería

A raíz de una controversia jocosa entre amigos en un grupo de redes sociales, motivada por el Gobierno de Petro y los gobiernos anteriores, en la que se decía que todo lo que está pasando es culpa de los antecesores del actual mandatario de los colombianos, quise escribir sobre el tema partiendo de mi propia experiencia en las lides políticas y administrativas.

Recuerdo que uno de los logros que tuve como alcalde consistió en organizar la arquitectura administrativa del municipio, uno de cuyos pilares fue el concurso de méritos para proveer los cargos de carrera. La administración entrante hizo tabla rasa de ese proceso y algunos presuntos amigos, dándole pie al opositor, en vez de reconocer las bondades de la medida, empezaron a referirse a los funcionarios nombrados en provisionalidad con el remoquete de “los atornillados”.

Detrás de este discurso se esconde lo que se conoce como el Síndrome de Adán, por cuenta del cual algunos gobernantes asumen que el mundo comenzó con ellos, y cuando algo falla se refugian en la frase: “esto es culpa del gobierno anterior”, perdiendo de vista que la administración pública es una especie de carrera de relevos (construir sobre lo construido, se dice ahora) en la que quienes acceden al poder deben hacer aquellas cosas que sus antecesores no ejecutaron o ejecutaron a medias, porque la gente quiere soluciones y no excusas; cuando los gobiernos se ven obligados a recordarle a la opinión pública que lidian con problemas heredados, esa remembranza debe ir acompañada de anuncios concretos que demuestren qué acciones se adelantan en la actualidad para remediar la situación.

Quiero decir que cuando se asume el gobierno se reciben los activos, pero también los pasivos. Los ingresos fiscales del primer año, por ejemplo, son definidos en la ley de presupuesto aprobada en el último año de la administración anterior. Lo mismo ocurre con la gran mayoría de los gastos. La discrecionalidad que tiene el nuevo gobierno para sumar nuevas personas a los equipos de gestión depende de los cupos que, para tal efecto, hayan sido determinados por el antecesor. En mi caso, amparado en el proceso de méritos, quedaron los “atornillados” como funcionarios públicos. El nuevo gobierno debe buscar formas de lograr que esos trabajadores cumplan con el manual de funciones, y aquellas actividades que no pueda cumplir con el personal de planta, contratarlas con personas que compartan sus ideales y objetivos o que, asumiendo su condición de funcionarios públicos, implementen las políticas de la nueva administración en vez de “atornillar al revés”.

Los nuevos gobiernos también heredan las cosas que antes se hicieron bien. Y la herencia que dejamos fue un superávit.

Si hay instituciones sólidas y las cuentas fiscales están en orden, la nueva administración podrá mostrar resultados que se traducirán en beneficio político por más que ese buen suceso sea en gran medida resultado del trabajo del equipo anterior. Porque si la gente sabe que hay pasivos y activos heredados, sin duda rechazará que quien ejerce gobierno culpe a su antecesor por los primeros sin reconocer los segundos.

No se vale hacer propios los activos y desentenderse de los pasivos. De poco sirve insistir en los problemas que se heredaron. La gente dirá que el trabajo del nuevo gobierno es corregir lo malo.

Por eso, la mejor forma de responder cuando un problema heredado explota y se convierte en crisis es a través de una acción decidida que se enfoque en cómo se va a atender la crisis en el corto plazo y en las reformas que se implementarán para que la crisis no se repita. Hecho esto, es perfectamente válido que anuncie pasos concretos para que los responsables de la crisis heredada paguen el costo político por sus errores y omisiones.

Cuando un gobierno quiere achacarle todas las malas noticias de su gestión a lo que hizo mal o dejó de hacer la administración precedente, la gente no recibe bien ese tipo de excusas y claramente no le cree. La gente lo que espera son resultados, no que se dediquen a renegar y a maldecir todo el tiempo. Como decía José Martí: “La mejor crítica que se le puede hacer a un río es construirle un puente”.