Las multitudinarias protestas revelan preocupaciones ocultas a la opinión pública. La Reforma Tributaria es el Florero de Llorente de un acumulado de factores que trascienden explicaciones superficiales. En el trasfondo emergen desigualdades sociales y económicas, corrupción, violencia contra líderes sociales, muertes de firmantes del Acuerdo de Paz, indignación contra Falsos Positivos, brutalidad policial en anteriores protestas, incremento de pobreza, ausencia de política agraria y campesina, desempleo, quiebra de millones de pequeñas empresas. Subsisten como Espada de Damocles reformas Laboral, Pensional y de Salud. Múltiples razones para la indignación. La ciudadanía acude a las calles presionando transformaciones negadas por la ceguera y fanatismo de la élite reaccionaria. La cooptación institucional aporta lo suyo. La calle está conduciendo e insinuando un profundo cambio del modelo. Jóvenes, medios alternativos, artistas y nuevas reivindicaciones han sido vitales en las convocatorias. La variedad de actores y reclamaciones ameritan la necesidad de darle un marco, un derrotero ideológico – político a lo expresado en las movilizaciones.
El paro inicia con unas reivindicaciones y termina superándolas e integrando un conjunto de pretensiones novedosas. No obstante, sectores conservadores mantienen la narrativa, el discurso tradicional: asociar masivas movilizaciones contemporáneas con una visión reduccionista en las que destacan lo marginal: instigación al caos por grupúsculos aupados por organizaciones radicales oscuras; y la que no podía faltar, la supuesta, increíble e irrazonable vinculación de Petro. El recetario interpretativo de siempre.
Comenzaron a sustituir el embeleco del Castrochavismo que tenía el mérito de la originalidad; “importaron” una descabellada tesis “la revolución molecular disipada”. Estrenada entelequia del arsenal del culebrero paisa, procedente del compendio fascista internacional. La ilusoria frase alude a una teoría difundida por un opaco neonazi chileno Alexis López orientada a descalificar la protesta social y denominarla – así sea pacífica- una de las múltiples caras de una guerra que libra la delincuencia contra la institucionalidad para tomarse el poder y acabar con la democracia.
Carece de asidero científico. Investigadores han establecido que Ejército y Policía utilizan esta teoría para entender la movilización social en este siglo.