“Hace tiempo, mucho tiempo yo quería arreglar una melodía para hacer una canción, la sonrisa que a mí siempre me veían de mis labios no salía, era grande mi dolor, pero siento que puedo cantar en buenos y malos tiempos, y por eso no puedo callar lo que me da sentimiento”.
El aparte transcrito corresponde a la canción titulada ‘Adiós a un amigo’ registrado a nombre de Euclides Enrique Coronado, incluido en 1979 por los Hermanos Zuleta en el LP titulado ‘Dinastía y folclor’, ha venido a mi mente esa canción a propósito de un acontecimiento luctuoso que me es imposible dejar de destacar
Hace un año en el día de hoy emprendió su camino a la posteridad una mujer cálida, atenta, abnegada y muy familiar que con este cuerpecito fue especialmente deferente. me refiero a Guillermina Duarte de Arregocés, ‘Guille, una matrona nacida en la zona rural de Barrancas y durante los últimos 50 años dio ejemplo como buena ciudadana y vecina incondicional en Fonseca, junto con su fiel compañero Valentín Arregocés, un campesino autodidacta y esclavo de sus convicciones con quien constituyó un respetable hogar dispensando una crianza con altísimos valores al fruto del amor jurado ante el altar, sus cinco vástagos y siete huérfanos a quien prodigaron calor, amor y educación haciendo realidad las santas escrituras cuando dicen que “No hay justo desamparado ni huérfano que mendigue pan”.
Conservo como un tesoro su recuerdo en el altar de mi corazón, así como ocupa un lugar especial un presente que puso en mis manos para que siguiera bebiendo historias y conocimiento, el libro titulado ‘Barbaros Hoscos – Historia de la (des) territorialización de los negros de la comunidad de Roche’ con una dedicatoria escrita con su puño y letra con tinta indeleble así: “Cuando llegó este libro a mis manos lo primero que se vino a mi mente su grato recuerdo como un hombre que busca siempre conocer la cultura del pueblo guajiro. Con mucho cariño para Luis E. Acosta de Guillermina Duarte”. Esa obra y su dedicatoria con sus generosas palabras tienen para mí un valor afectivo, inolvidable, inconmensurable y sentido, allí derramó en sus palabras su admiración permanente y el aprecio sincero que me tenía y que muy bien le correspondí en vida, no lo hice después que se fue.
Las gotitas de lluvia que el día del sepelio cayeron sobre mí con el sol caliente, eran lagrimas del cielo emocionado por su llegada a aquel lugar maravilloso donde solo hay amor y la paz abruma, me dieron la íntima convicción que Dios estaba especialmente convencido que recibía en sus aposentos una catecúmena vertical, bondadosa, Mariana y leal.
Hoy se cumple el primer año desde que dejó de latir su buen corazón, pero su vacío sigue siendo evidente en su terraza cuando visito su casa, ya no encuentro el abrazo cálido de su saludo, ni la sonrisa permanente que desarmaba los espíritus. ‘Guille’, la tía amorosa que adoraba a mis hijos, a Janis y a mí, ya no está, pero su sombra tutelar nos protege y desde allá nos bendice. Ya su reinado no es de este mundo, ahora le pertenece a Dios.
Sus hijos tendrán hasta siempre disponible el bálsamo del consuelo, eso que sentimos cuando entregamos a Dios a nuestra madre, es cuando atendemos el llamado del que todo lo puede para aceptar resignados que se lleve a quienes nos dieron la vida, sabidos y conscientes de que a él se le entrega siempre lo mejor que tenemos. Quien quiera saber cuánto duele la madre cuando se va que me pregunte a mí, por eso entiendo y comprendo el dolor que lacera el corazón de sus hijos, no es fácil entender que tempranamente haya compartido con el hijo de Dios el camino misterioso de la muerte, pero no pierdan la esperanza que también con el habrá de compartir el camino glorioso de la resurrección.