Sacarle notas a un acordeón en ese instante atroz de despedir el féretro con cuerpo presente del más grande y prácticamente el héroe pionero de los cantores solistas en el vallenato, Jorge Oñate González, el ‘Jilguero de América’, el ‘Ruiseñor del Cesar’, es un acto de heroísmo, porque las teclas del acordeón totalmente empapadas por las lágrimas que brotaban a torrente de los ojos de Javier Matta, acordeonero de Oñate, en esos fúnebres momentos y con el corazón desgarrado, acompañando a famosos cantantes, que también daban el último adiós, con sus cantos lastimeros de los innumerables que grabó y convirtió en clásicos el tan eximio y grandioso cantor del folclor vallenato a lo largo de sus 50 años de vida artística.
‘Alvarito’ López, gran acordeonero descendiente de una de las dinastías más grandes del Vallenato Clásico, la Dinastía López, con la que comenzó Jorge Oñate a cosechar triunfos y a enmarcar su nombre consagrándose como el verdadero juglar del canto vallenato, con los Hermanos López, lo que le permite a ‘Alvarito’ comenzar a mostrarse, hasta que llega a constituirse por varias ocasiones en su gran compañero, nada más y nada menos que acordeonero acompañante de quien a medida que pasaba el tiempo se fue constituyendo en una leyenda del canto vallenato.
En esa tarde gris en el último adiós al ‘Jilguero’, ejecutó su acordeón impertérrito, impasible ya que su rostro denotaba dolor, impotencia y un rictus que no dejaba traslucir ni un ápice de emoción, emoción que en muchos momentos experimentaba al acompañar a su maestro en las acostumbradas e incontables faenas musicales en conciertos, bailes, parrandas, etc., pero su acordeón la ejecutaba al compás del llanto que recorría el ambiente, así como el coro de todo un pueblo que idolatró al más grande, pero un coro de requiebros como fondo musical de los lamentos y quejidos que en esa aciaga tarde, la música no era para alegrar, si no para que el alma del cantor que partía hacia la morada eterna, le abriera paso en las puertas del cielo, con sus bellas melodías.
Indescriptible momento, donde se entrecruzaron: profundo dolor por la irreparable pérdida, con la alegría de unos cantos inmortales ‘Clásicos’ grabados por Jorge Oñate, pero que en esa tarde de alocada brisa en la tarima que lleva su nombre Jorge Oñate, en la plaza municipal de su natal terruño, La Paz, en mi pueblo, todos esos cantos no eran para embriagar de alegría a una muchedumbre venida de muchos rincones del país y del exterior que se agolpaba para despedir al ídolo de multitudes por décadas del vallenato puro, sino lo que producía un efecto de generalizada nostalgia y pesadumbre acompañada por coros de llantos y lágrimas en cada uno de los cantantes y de los asistentes en general.
“En un pueblito cerquita al Valle, nació muchacho con una estrella, con el prodigio de una voz tan bella, que en el mundo no la tiene nadie”, ese pueblito es La Paz, Cesar, que es uno de los pueblos más alegres de Colombia, que fue privilegiada por la Divina Providencia por tener dentro de sus hijos al mas grande personaje del canto vallenato.
En esta fecha hasta su producto emblemático la almojábana, no tenía su forma circular, sino que paradójicamente salían del horno tomando formas de lágrimas, algo inexplicable pero hasta razonable, porque se contagiaron del inmenso dolor al despedir a Jorge Oñate, quien a pesar de alcanzar la fama, la gloria y llegar a la cima en este hermoso folclor, jamás abandonó su pueblo ni se mudó de su tierra, entregando siempre ese amor y ese cariño por su pueblo.
Así como amó hasta último momento a su querido pueblo, amó y engrandeció el Vallenato Clásico, su mayor amor y su más grande tesoro fue su familia, su adorada madre Delfina Oñate, su noble y eterno amor La Patrona, su amada esposa Nancy Zuleta, ejemplar pareja, digna de imitar por su constancia, unidad, compenetración, mutuo respeto y comprensión, amor eterno, que solo la muerte infame e implacable podría romper y causar ruptura a ese inquebrantable e imperecedero pacto matrimonial.
Jorge Oñate nació con ese talento, que desde temprano fue consciente que a él lo acompañaba algo distinto, sublime, un algo que lo distinguía de los demás, un don especial que lo hacía y le permitía sobresalir en todos los momentos y circunstancias de la vida, con su actuar repentino y desprendido de cualquier asomo de pena, hasta llegar a la irreverencia, lo que le valió y le sirvió para demostrar con toda propiedad desde temprana edad, ese liderazgo, ese romper esquemas.
Que después de ser admirador de los grandes ejecutores del acordeón y cantores a la vez de la época y convencido de ese atributo superlativo, su divina e incomparable voz, se atrevió a imponer una modalidad inexistente, o sea, el cantor solista en el conjunto vallenato, que a lo largo de su existir artístico lo catapultó y lo mantuvo como uno de los más grandes intérprete de este hermosos género musical, al lograr consolidar éxito tras éxito, cada trabajo discográfico que grababa, con temas escogidos con sumo cuidado, ricos en la lírica, en la poesía, en el costumbrismo y en las vivencias de estas tierras y siempre con el respaldo de los más consagrados compositores de la nación vallenata y de sus mejores obras inmortales, así como de todos los grandes acordeoneros de todas las épocas.
Gracias Jorge Oñate por existir, por llenarnos la vida de tantas alegrías, por enseñarnos a amar esta bella y rica música vallenata, eres inmortal por tu obra imperecedera, tu legado tiene que seguir y tiene que perdurar por siempre si las nuevas generaciones se apegan y no descuidan el seguir las huellas que tú dejaste marcadas en el sendero y con el sello del Vallenato Puro o Clásico como tú acostumbrabas llamar. ¡Hasta siempre juglar!